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Me acuerdo exactamente, con lujo de detalles, el momento en el cual uniendo cuatro planos muy cortos generé una sensación que no estaba en ninguno de ellos individualmente. Fue el domingo 20 de abril de 2003.

La base de mi silla era azul, tipo de oficina, con rueditas y respaldo, también azul. Era en un Avid Xpress Pro sobre una Mac G4. A mi derecha había un placard marrón, una consola de sonido gris y en la pared de atrás había un afiche grande, de esos que se cuelgan de los techos en los lobbies en los cines, de la película Signs de M. Night Shyamalan.

Eran más o menos las dos, o quizás las tres de la mañana. El primer colectivo salía a eso de las cinco y media; y desde el edificio en la base militar donde estaba -la central del Cuerpo de Educación y Juventud de las FDI- tenía 20 minutos de caminata para llegar a la parada. Es decir, todavía tenía tiempo por delante. Estaba con la parte de arriba del uniforme desabrochada y probablemente me haya quitado las botas. Sí, fuera de las regulaciones, pero ¿quién me iba a ver a esa hora?

Luego del primer edit review del corte de ese último cuarto plano que bajé, me detuve y pensé en lo que acababa de ver, o mejor dicho, en lo que acababa de sentir. Había algo ahí. Ojo, lo que tenía que hacer no era una gran cosa: un videoclip con imágenes de archivo que cubría una canción vieja sobre Jerusalén. Ese videoclip iba a ser parte de un VHS lleno de contenido de todo tipo (documental histórico, preguntas y respuestas, más videoclips) sobre Jerusalén que, cuando terminara la edición de todas las piezas, iba a ser enviado a las distintas bases alrededor del país y serviría como herramienta de entretenimiento y educación, justo para las celebraciones anuales del dia de Jerusalén, el 4 de Junio.

Fui unos segundos atrás en el timeline (atrás es para la izquierda, no jodan) y volví a poner play. Manejaba el Avid como podía. Las computadoras, por obvias razones, no tenían internet y no teníamos el manual. La segunda visualización me generó la misma sensación que la primera. Sentí algo raro y un poco me emocioné, como que la unión de todos esos planos logró algo que hasta ese momento, en mi carrera corta e intermitente como editor, nunca me había sucedido. No en los cortos que edité en la secundaria en lineal, Media 100 o Premiere 4, ni tampoco en todo lo que edité en los siguientes 2 años dentro del ejército. Si mi experiencia como editor hubiese sido un videojuego, podría decir que en ese momento sentí un level up.

Luego del primer edit review del corte de ese último cuarto plano que bajé, me detuve y pensé en lo que acababa de ver, o mejor dicho, en lo que acababa de sentir. Había algo ahí.

Tenía un poco más de 18 años cuando me tocó, de manera obligatoria como a todxs ahí, entrar al ejército, el 26 de marzo del 2001. Mucho del primer año la pasé (horriblemente) rebotando de lugar a lugar. Varios días en una sala de espera enorme esperando ver a un psiquiatra; cumpliendo un mes de entrenamiento básico en la base de Zikim, ahí nomás de la Franja de Gaza; preparación para ser mecánico de tanques (por suerte para mí, y quizás más aún para los tanques, eso nunca sucedió); camarógrafo en reuniones posteriores a juegos de guerra en el desierto, en la base de Tze'elim; guardia de un coro militar de soldadas que cantaba por Cisjordania; responsable del depósito del equipamiento audiovisual en una base militar llamada Campo 80 -en mi oficina estaba la única TV; ahí pasé el 11 de Septiembre del 2001, fue un caos. Fue más que nada el azar -aunque mi psicóloga me lo discute- lo que hizo que más o menos luego de un año rebotando entre esos y otros roles, me ubicaran en otra base como editor. Ahí aprendí el Avid y el After Effects.

Esa caminata de 20 minutos a la parada tenía algo de encanto. Significaba que estaba camino a mi casa, pero además salía el sol en el trayecto, que le sumaba cierta poesía al camino. Tenía que atravesar varios edificios de la base hasta llegar al portón de la salida norteña, y la parada del 143 estaba ahí nomás. Esa caminata, cuando me tocaba de noche, normalmente la hacía escuchando un CD con unos MP3 -eso también era en contra de las reglas, pero nuevamente, ¿quien me iba a ver? Si pasaba un auto -evento raro de por sí a esa hora- me iba a dar cuenta por las luces, lo que me daba tiempo para quitarme los auriculares. Igual, esa madrugada caminé pensando en lo que me pasó en la isla. Me costaba explicarlo, pero sé que no era el famoso efecto Kuleshov, era otra cosa.

Cuando me despertaron temprano no entendía nada. Esa semana me tocaba el turno noche en la base, así que todavía tenía un par de horas más para dormir.

“Dijeron en las noticias que murió un camarógrafo militar, es Lior.”

Elipsis. Casi como por corte directo, desprolijo, un poco más de una hora después, estaba en un taxi rumbo al cementerio militar de Holon. “¿Vas al entierro del soldado que mataron?”, me preguntó el taxista cuando le dije a dónde iba. Así es ahí, todxs siempre al tanto de todo lo que pasa. “Estos hijos de puta, solo cuando matemos a todos va a haber paz”, continuó.

En el cementerio me encontré con varias caras conocidas. Algunas que no veía hace mucho tiempo desde la primaria (donde Lior y yo nos conocimos, aunque él era un año más joven que yo), otras de la secundaria y del servicio militar. Todxs en uniforme, por supuesto. “¿Estuviste con él cuando pasó?”, me preguntó Moran. Claro, era lógico pensar eso: éramos muy pocxs de nuestra ciudad quienes teníamos ese pedacito de tela azul sobre nuestro uniforme -ahí cerca de donde estaban nuestros rangos- que indicaba nuestra distinción: “camarógrafo militar”. Aunque en realidad esas dos palabras abarcaban todo lo audiovisual dentro de las fuerzas armadas: editor, sonidista, productor, etc. Sin embargo, Lior estaba en la Unidad del Portavoz de las FDI. Yo quería estar ahí, pero en ese momento no les faltaban editores y así fue como terminé en el Cuerpo de Educación, editando. Murió instantáneamente luego de un disparo que atravesó su casco mientras estaba sacando fotos en un operativo de descubrimiento de túneles en Rafah, más o menos cuando yo estaba uniendo esos cuatro planos, sorprendido por el resultado.

“Es muy triste”, decía Ofir mientras mirábamos, junto con Doron, Nitzan y Ofer, cómo bajaban el cajón. Su mamá lloraba y su hermano menor gritaba, me acuerdo. Yo pensaba que la situación parecía el capítulo final de una serie larga sobre un grupo de amigxs que termina la secundaria y luego viene la vida real que les pasa por arriba como un camión. ¿Que hacíamos todxs ahí en uniforme en un entierro? Si unos meses atrás, en un cumple en la playa nos pusimos en bolas en el mediterraneo. ¿Qué tenían que ver esas dos cosas? No podía ser que esas dos situaciones sucedieran en una misma vida.

El resto del día fue un vacío. No recuerdo cómo volví a mi casa, ni cómo me despedí de mis amigxs. A algunxs no volví a ver más. Sin embargo, sé que esa noche, nuevamente en la base, prendí otra vez la computadora y abrí el Avid Xpress. Mi timeline me esperaba ahí. Di play y regrese a la sensación, por un tiempo, de la noche anterior. Después tocaba de nuevo volver a la realidad.

Tenía 20 años. Me faltaban 340 días para terminar el servicio.

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