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Ayer cabeceé un techo mientras bajaba por una escalera. Soy alto y me cuesta medir las distancias. Me suelo dar un buen golpe en la cabeza al año. Cerré los ojos, me fui a negro y terminé en el suelo, no me caí, me tiré para no errarle al piso.
Editar es mi manera favorita de perder la noción del tiempo, no las contusiones.
La primera vez que edité un largo de ficción, hace casi 20 años, me acerqué a un colega con mucha experiencia para saber qué me podía esperar.
Me contó un montón de cosas que me sirvieron, pero sobre todo me regaló un concepto, que yo recuerdo así: “En la tele vos ponchás, hay un segmento de material y vas eligiendo qué ver en cada momento. Pero el tiempo ya está dado en el material, en ese primer clip. Como mucho lo achicas. En el cine no, en el cine elegís los pedazos, los segmentos y vas armando el tiempo, clip a clip. No hay nada antes de eso”.
Me paré y me fui, entusiasmado con el desafío por venir, me olvidé de pagar los cafés. La vergüenza por darme cuenta tarde y la inercia que llevaba me impidió regresar.
Café y consejos gratis. Lorenzo, te debo eso.
Cuando editamos, aunque lo que estamos contando sea simultáneo, no puede ni debe ser otra cosa que sucesivo. Un plano por vez, una emoción por momento.
En algún otro momento de esa juventud, vi Twister (de Bont, 1996) por cable. En la película, durante una secuencia de acción, el viento corta un cable de un cartel publicitario que, cargado de electricidad y peligro, cae y empieza a golpear cosas, amenazando a todo y todos a su paso. Aunque el desastre pasa todo al mismo tiempo, la película nos muestra un solo plano a la vez.
Ahí estaba, muy claro, todo lo que me explicó Lorenzo.
Esto, si bien lo entiendo, no sé comunicarlo. Me estresa eso, pensar que no aprenderé a explicarlo antes de que me reemplace una inteligencia artificial.
Hace poco, leyendo el cuento «El Aleph», (Borges, 1949), encontré una posible clave para poder dar esa explicación. Es cuando el personaje Borges, acostado en el piso del sótano, cuenta:
“Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph. [...]